Todos los problemas de nuestra sociedad son, en definitiva, nuestros propios problemas. Cuando hablamos de la corrupción y de la manipulación existente, cuando nos quejamos de la insolidaridad y de la injusticia, de las desigualdades, de la necesidad de más apoyo a los desfavorecidos, de la falta de ética, de diálogo y de comprensión, del no cumplimiento de los derechos humanos y de la inexistencia de democracia participativa, de la ausencia de honestidad y coherencia, de justicia y de igualdad… ¿cuántos de nosotros estamos libres de estas culpas?… Yo no.
Si asumimos a nivel personal, la frase ” cambiar para crecer “, ¿por qué no creemos que, este mismo lema, hace falta también para cambiar nuestra sociedad?, ¿por qué no nos damos cuenta de que predicamos grandes principios ideológicos, que sin embargo no somos capaces de cumplir nosotros mismos en nuestra casa y en nuestra vida?, ¿cómo vamos a pretender un cambio de todo el sistema, sin empezar por nosotros mismos?.
Hoy, esta reflexión trata precisamente sobre cambios: ¿Importa que yo cambie, para que cambie la gestión política?.
Hay una teoría sobre el cambio que dice: “para que todo cambie, tiene primero que cambiar uno”, aunque muchas veces nosotros mismos hayamos hecho una reflexión a la inversa diciendo: “de qué vale que yo cambie, si el resto no lo hace”, y de esa manera nos justificamos para no esforzarnos en cambiar, permaneciendo todo como está.
Jung revolucionó el paradigma mecanicista de la psicología, recalcando la importancia del inconsciente por encima del consciente. Entendía el inconsciente como algo que iba mucho más allá de lo personal e individual; consideraba que existía un inconsciente colectivo, que es el mismo para toda la humanidad y que contiene la inmensa herencia psíquica de la evolución humana. Experiencias compartidas por los seres humanos en todas las épocas y que recogen una sabiduría común.
Al concepto de inconsciente colectivo se acerca también la idea de memoria genética que desarrolló el científico ruso Iván Efremov, según el cual, todo lo pensado, hablado y actuado por nuestros antepasados está grabado de alguna forma en el código genético.
En occidente, el primero que se acercó a este concepto fue el filósofo griego Platón. El registro akáshico proviene del término sánscrito “akasha” que significa éter: esa finísima sustancia que baña todo el universo. Los archivos en ese registro serían un espacio simbólico y parafísico, situado en el éter, en el que se recogerían todas las palabras emitidas y las acciones cometidas por los seres humanos a lo largo de los tiempos. Es la memoria del cosmos, la recopilación de la sabiduría universal, cuya naturaleza se extendería por todas partes, lo sostiene todo y lo irradia por todo el mundo.
Asimismo, el biólogo inglés Rupert Sheldrake lanzó la hipótesis de que el universo funciona de acuerdo a modelos de hábitos creados por la repetición de ciertos sucesos en el tiempo. Desarrolló la teoría de los campos morfogenéticos, que según el investigador, permiten la transmisión de información entre organismos de la misma especie, sin mediar efectos espaciales ni temporales.
A lo largo del tiempo, en muchas reflexiones sobre la transformación de la sociedad, distintos filósofos y pensadores han usado la forma de la pirámide, empezando el cambio desde su gran base hasta terminar en el punto del vértice; otros, en cambio, invirtiéndola, partieron del vértice para llegar a la gran base.
Vean la pirámide como quieran, pero yo hoy les propongo lo siguiente: sintámonos parte de esa pirámide y produzcamos los cambios, en nosotros mismos, por supuesto. Trataremos de ser mejores en todo, o mejor dicho trataremos de ser mejores; mejores padres, mejores hijos, mejores amigos, mejores ciudadanos, mejores trabajadores, mejores personas (más honestos, coherentes, generosos, comprensivos, solidarios y todas las cualidades que quieran añadir).
Y para convencerles, quiero ponerles como ejemplo de cambio, una historia real que se dio en llamar:
” EL CENTÉSIMO MONO ”
El mono japonés Macaco, fue observado en su hábitat natural durante más de 30 años. En 1952, en la isla de Koshima, algunos científicos estaban suministrando batatas a los monos, dejándolas caer en la arena desde unos aviones. A los monos les gustaba el sabor de las batatas crudas, pero encontraban desagradable su suciedad, les había aparecido un problema: la arena. Una monita de 18 meses a la que llamaban Imo, descubrió que mojando las batatas en la orilla del mar, éstas quedaban más limpias y más sabrosas gracias a la sal marina. A partir de entonces comenzó a lavarlas siempre, y pronto comenzaron a imitarla otras hembras de la colonia. Los machos, en cambio, se mantuvieron ajenos a este fenómeno. Posteriormente, las crías aprendieron a lavar el alimento de sus madres y al cabo de unos años, tras el relevo generacional, la conducta de lavar batatas ya estaba presente en todos los individuos de la colonia, tanto machos como hembras.
Esta innovación cultural, ese cambio, fue gradualmente aprendido entre 1952 y 1958. De pronto, algo sucedió. En el otoño de 1958, gran cantidad de monos en otras islas e incluso en el continente habían aprendido a lavar sus batatas, sin tener contacto con la colonia de monos de la isla de Koshima. El hábito aparentemente saltó por encima de las barreras naturales.
Watson se imagina el proceso de la siguiente manera: hay un número de monos necesario para pasar un determinado umbral y conseguir lo que se podría llamar masa crítica, para que el aprendizaje se extienda a toda la especie.
Si bien el número exacto de monos se desconoce, supongamos que para ese entonces, 99 monos estaban en el cambio. Sigamos suponiendo que aquella misma mañana, el mono número 100, también aprendió a lavar sus batatas. Cuando se agregó el mono número 100, creó una poderosa fuerza de cambio cultural.
De manera que cuando un cierto número crítico adquiere un conocimiento, y produce el cambio, éste se transmite masivamente de unos a otros. El centésimo mono significa que cuando solamente una cantidad limitada de personas tiene un nuevo comportamiento, éste permanece como propiedad del grupo, pero existe un punto, en el cual una sola persona más que se conecta con el nuevo comportamiento, produce que el campo transformador se fortalezca de tal manera, que dicho conocimiento se extiende a los restantes, ocupando toda la pirámide.
¿Y si probamos a ser cada uno de nosotros el centésimo mono para producir el cambio?..
Les invito a limpiar batatas…