Beber agua de mar
El rey Tántalo es conocido en la antigua mitología grecolatina como prototipo del chismoso-desagradecido-y-mala-persona-que-no-tiene-más-remedio-que-acabar-mal-visto-las-cosas-que-hace. Cuenta la leyenda que fue uno de los hombres más afortunados de su época (¿qué es la buena suerte, qué es la mala suerte?) al ser invitado por el mismísimo Zeus a compartir la mesa de los dioses en el Olimpo. En lugar de regocijarse por su buena estrella y disfrutar de amistades tan influyentes no se le ocurrió otra cosa que compararse con ellos, curiosear en su vida y luego revelar sus secretos íntimos. Por si fuera poco, robó parte de su alimento sagrado, la ambrosía divina, para repartirlo después entre sus colegas humanos. Como no le sucedió nada, Tántalo se “vino arriba” y no se le ocurrió mejor cosa que burlarse de los dioses invitándoles a un banquete en el que sacrificó a su propio hijo, lo coció y lo sirvió troceado. No obstante, en lugar de comérselo, ellos rescataron al muchacho y se lo llevaron consigo al Olimpo.
Éstos y otros crímenes acabaron por hartar a Zeus, quien al final aplastó a su antiguo protegido con una roca y arruinó su reino. A continuación, fue a buscar su alma y se la llevó al Tártaro para someterle a uno de los suplicios más terribles y conocidos de las moradas infernales en el mundo grecolatino: le metió, atado, en un lago donde el agua le llegaba hasta la barbilla (pero no a los labios) y junto a un árbol repleto de frutas a la altura de los ojos (pero no de los labios). De esta manera, el prisionero nunca podía satisfacer su hambre y su sed, aunque tenía la solución a ambas constantemente ante sus ojos.
Es difícil comprender en su magnitud el castigo de Tántalo, aunque hay un tipo de humanos que han sufrido algo parecido: los náufragos, tantos de los cuales han muerto de hambre en un océano lleno de peces y sobre todo de sed cuando a su alrededor y hasta donde les alcanza la vista no hay otra cosa que agua. Algunos cálculos cifran en unas 200.000 el número de personas que cada año mueren en todo el planeta de una forma tan terrible…, porque se supone que el agua de mar no se puede beber, a riesgo de enfermar y morir o volverse loco de sed incluso antes, debido a la sal que contiene… Pero, ¿y si resulta que no es así? ¿Y si resulta que el agua de mar sí se puede beber y no pasa nada por hacerlo en una situación de emergencia como ésta?
Alain Bombard fue un médico francés de Boulogne-sur-Mer, muy interesado en el problema del salvamento de náufragos, sobre todo a raíz de la muerte de poco más de cuarenta marineros en el Canal de la Mancha en 1952. Conmovido por la tragedia y habiendo experimentado ya en este área durante años anteriores, llegó a la conclusión de que, como científico, debía probar en carne propia las conclusiones teóricas a las que había llegado como por ejemplo el descubrimiento de que el náufrago podía alimentarse sin problemas y de manera indefinida, con un poco de habilidad, de lo que ofrece el propio mar. En cuanto a la fauna, obteniendo todas las vitaminas esenciales (incluida la C) del consumo de peces, cuyos tejidos contienen además agua y con menor cantidad de sal que los de los mamíferos. Y para evitar sufrir la ausencia de líquido antes de capturar suficientes peces, bebiendo algunos sorbos de agua marina. Así se lanzó a su propia aventura en 1952.
Bombard completó dos viajes, aunque no exentos de momentos difíciles, con todo éxito: el primero entre Mónaco y las Baleares (en un bote de salvamento irónicamente bautizado como “L’Heretique”) y el segundo en el Atlántico partiendo de Tánger y hasta las Antillas previo paso por Canarias. Tras este segundo periplo escribió su “Náufrago voluntario”, obra que sirvió como elemento muy valioso para desarrollar métodos de supervivencia, aunque también recibió críticas de los que aseguraban que se había alimentado a escondidas durante la travesía para poder llegar sin problemas. Más tarde incluso haría carrera política y llegaría a ser secretario de Estado de Medio Ambiente además de ser condecorado con la Legión de Honor y la Medalla al Mérito Marino.
Tal vez el aspecto más interesante de las experiencias de Bombard es que el consumo de agua de mar no provoca necesariamente ninguna contraindicación como las que suelen argumentarse para no consumirla: que está muy contaminada por toda la porquería que arrojamos al mar, que vuelve loco a quien la bebe porque no satisface la sed sino que, al contrario, la incrementa y se deshidrata al acumular el nivel de sal en el organismo y que acaba provocando insuficiencia renal. Sin embargo, gracias a la ósmosis y la homeostasis, los océanos se han convertido en eficientísimos sumideros de la basura que diariamente escupimos sobre ellos (atención al dato sólo en lo que se refiere al CO2 porque en contra de lo que se suele pensar, el elemento renovador de nuestra atmósfera, el gran generador de oxígeno en la medida en que se “come” el dióxido de carbono, no es el menguante conjunto de los bosques de la tierra sino el de los océanos que ocupan tres cuartas partes de nuestro planeta Agua). En cuanto a los otros problemas, Bombard vivió durante 65 días bebiendo agua de mar y no tuvo ninguno de los daños físicos que se supone sufriría. La conclusión que el médico galo dejó por escrito en su libro es demoledora: “He sido lo bastante idiota como para fiarme de los libros escritos por especialistas”.
Ya en 1904, otro francés llamado René Quinton, había descubierto las llamadas cuatro leyes de la constancia del medio interno (osmótica, térmica, marina y lumínica) y había comprobado científicamente que ese medio interno de todos los vertebrados es agua de mar. Y había sugerido que el agua de mar se podía beber sin problemas. Porque, de hecho, el 70 por ciento aproximadamente de nuestro peso corporal como seres humanos es agua y sabemos que el agua es la fuente de la vida ya que se ha calculado que la primera célula surgió hace unos 3.800 millones de años en el período precámbrico en alguno de los mares de aquella lejana época. En agua salada.
¿Entonces? El oceanógrafo, profesor de la Universidad Autónoma de Baja California, expresidente del Consejo Directivo Nacional de la Asociación de Oceanólogos de México, miembro de la American Chemical Society de EE.UU. y actual director científico del Instituto de Bioterapias Marinas de México (entre otros títulos) Ángel Gracia lo tiene muy claro: se puede vivir consumiendo agua de mar, como de hecho lo hacen diversos mamíferos marinos (como por ejemplo la ballena misticeta, que alcanza los 30 metros de longitud y las 200 toneladas de peso), ya que no estamos hablando simplemente de agua salada sino de algo mucho más complejo, de una auténtica sopa marina.
Según las investigaciones de Gracia y de su colega Héctor Bustos Serrano, doctor en Veterinaria por la Universidad Complutense de Madrid, miembro de la American Association of Nutritional Consultants de EE.UU., presidente del Comité Científico de Seawater Foundation y codirector de los primeros transplantes del mundo de las córneas de un perro a un humano (entre otros títulos), cada litro de agua de mar contiene 965 cc. de agua pero también ácidos nucleicos, aminoácidos esenciales, proteínas, grasas, vitaminas, minerales (hasta 118 elementos de la Tabla Periódica completa), fitoplancton, zooplancton, huevos y larvas de peces, nueve mil millones de bacterias…, entre otros elementos, lo que la convierten en el nutriente más completo de la Naturaleza.
Gracia (aquí a la derecha luciendo palmito) y Bustos recuerdan que una cosa es alimentar un organismo y otra cosa es nutrirlo. Una comida (por ejemplo, las aparatosas hamburguesas de las cadenas de fast food que todos tenemos en mente) puede aplacar el hambre, puede alimentarnos, pero eso no quiere decir que nos esté nutriendo. Según estos científicos, todas las enfermedades son causadas por la desnutrición de nuestras células, de los 100 trillones de células que se calcula componen nuestro cuerpo. Y es el hambre celular, no la del nuestro estómago, la causa de la obesidad pues “un obeso es una persona alimentada irracionalmente con ‘comida chatarra’ pero desnutrida” con lo que nuestras células reclaman “su imprescindible nutrición orgánica, natural, alcalina y biodisponible que les puede ser proporcionada o por los alimentos orgánicos animales y vegetales, muy costosos, o por el agua de mar que contiene la sopa marina y la Tabla Periódica completa integrada, pero gratis (y ahí está, ésa parece la conclusión evidente, el gran problema: en su gratuidad, pues si este tipo de conocimiento pudiera ser aprovechado en todo el planeta, las poderosas compañías multinacionales que controlan los alimentos en el mundo dejarían de ganar el dinero que están ganando y los países bajo su control por culpa del hambre dejarían también de estarlo). El agua de mar isotónica y el sol -vitaminas D1, D3 y calcio- son los alimentos más importantes para la vida y los más olvidados.”
Las interesantes teorías (y sugerencias prácticas) de Gracia se pueden encontrar en sus libros: Dieta del delfín; Agua de mar, nutrición orgánica; Manual del náufrago y Tu derecho a vivir y morir sano.