Aquí tenéis el primer ejercicio del sistema de la recuperación de la vista. Consiste de dos partes: la Gimnasia para los Ojos y la Relajación de los Ojos.
Gimnasia para los Ojos:
Relajación de los Ojos:
NORBEKOV, Mirzakarim Sanakulovich
LA EXPERIENCIA DE UN IDIOTA O LA LLAVE A LA ILUMINACIÓN
GIMNASIA PARA LOS OJOS
En el Oriente existe la antigua tradición de diagnosticar enfermedades por los movimientos de los ojos. No por el iris, sino por los movimientos de los globos oculares.
Por ejemplo, un experto te pide “dibujar” un círculo con los ojos y mira cómo lo haces.
Resulta que tus ojos “van cortando” ciertos ángulos y la línea sale más o menos curvada en función de la enfermedad que tienes. Esto demuestra una vez más que en nuestro organismo todo está interrelacionado y entrelazado.
Pero uno mismo nunca puede detectar irregularidades en el movimiento de sus ojos, por eso tienes que pedirle ayuda a algún familiar.
Realizando correctamente los ejercicios para los ojos no solamente entrenamos los músculos, sino que indirectamente trabajamos con los órganos que no están bien.
Por eso a la hora de hacer los ejercicios hay que vigilar que los ojos “dibujen” exactamente las líneas indicadas.
¡Empecemos!
¿Con qué empezamos cualquier trabajo sobre si mismo? ¿Te acuerdas?
¡Eso mismo! Venga, ¡desencoge los hombros! Ponte el “corsé muscular”. ¿Qué hay que hacer para esto? Exacto: enderezar la espalda y dibujar una sonrisa de oreja a oreja. Y también generar emociones positivas. ¿Ya sabes hacerlo, verdad?
¿Hecho?
Entonces podemos empezar el ejercicio. ¡Pero no olvides parpadear!
1. Mantén la cabeza recta, no la eches hacia atrás. Desplaza la mirada arriba, hacia el techo y mentalmente continúa la mirada por dentro del cráneo hasta llegar a la coronilla como si la miraras a ella.
2. Y ahora los ojos van abajo y la atención se concentra en la zona del tiroides, como si estuvieras mirando tu cuello.
3. Miramos a la izquierda: los ojos miran la pared y la atención se va más atrás, más allá de la oreja izquierda.
4. Miramos a la derecha: los ojos miran la otra pared y la atención se va detrás de la oreja derecha.
¿Por qué es importante continuar mentalmente el movimiento de los ojos a la hora de realizar estos ejercicios supuestamente tan bien conocidos por todo el mundo?
En el Oriente desde la antigüedad se sabe que en la zona de la nuca se encuentra un enorme haz de canales energéticos, y que cerca del extremo exterior del ojo se sitúan los centros relacionados con las vías biliares.
Por eso al continuar el movimiento de los ojos, por ejemplo detrás de la oreja, lo que hacemos es activar las vías biliares y el hígado. Los ojos son las ventanas del hígado. Y no lo digo por decir.
Tras la aparente simplicidad de todos los ejercicios para la recuperación de la vista existe un sentido profundo y ancestral.
Y como siempre, no hemos de olvidar la seguridad. No te esfuerces demasiado. Trabajando con los ojos cualquier sobreesfuerzo conllevaría el resultado opuesto al deseado.
Por eso quiero llamar tu atención al ejercicio para la relajación de los ojos (“El Palming”), que está descrito más abajo y que influye muy favorablemente en todo el organismo. Pero antes trabajemos un poco más.
5. Ejercicio “El Flechazo”. Miramos a la izquierda y justo delante, después a la derecha y justo delante, como si flirteáramos con alguien. Hazlo unas cuantas veces.
6. Ejercicio “La Esfera del Reloj”. Realizamos movimientos circulares con los ojos. La cabeza se queda quieta.
Imagínate una esfera de reloj muy grande de color dorado. Este color va muy bien para la recuperación de la vista.
Lentamente marca con la mirada todas las cifras de la esfera imaginaria. Primero en un sentido y después en el otro.
¡Atención! ¡No cortes los ángulos! Vigila que el círculo sea completo.
El radio del círculo irá aumentando con cada entreno. Parpadea con tranquilidad, no fuerces los ojos. Crea en tu interior la alegría y la seguridad de que podrás ver mejor. Crea una viva esperanza del resultado y al mismo tiempo una serena seguridad de que todo saldrá tal y como te lo planteas.
7. Ejercicio “La Mariposa”. Es imprescindible que la cabeza quede inmóvil, solamente trabajan los ojos. El “dibujo” tiene que ser lo más amplio posible dentro de los límites de la cara. Pero no fuerces demasiado los músculos de los globos oculares. ¡Controla tu estado!
La mirada sigue la siguiente trayectoria: rincón inferior izquierdo, rincón superior derecho, rincón inferior derecho, rincón superior izquierdo.
Y ahora al revés: rincón inferior derecho, rincón superior izquierdo, rincón inferior izquierdo, rincón superior derecho. Y ahora relaja los ojos y parpadea muy rápida y muy ligeramente. Como si fueran las alitas de una mariposa. ¡Nunca entornes los ojos ni los abras demasiado ancho! Esto crearía un sobreesfuerzo que está contraindicado.
8. Ejercicio “El Ocho”. La condición imprescindible es la misma que en el caso de “La Mariposa”.
Muy suavemente dibujamos con los ojos un ocho horizontal o el símbolo del infinito de la máxima amplitud dentro de los límites de la cara. Unas cuantas veces en un sentido y unas cuantas en el sentido opuesto. Y después parpadeamos, rápida y ligeramente. Dibujamos el mismo signo pero verticalmente. Unas cuantas veces en un sentido y unas cuantas en el otro.
9. Ejercicio para los músculos oblicuos de los ojos. Es muy eficaz contra la miopía. También ayuda a desarrollar la vista lateral.
Observación importante: este ejercicio hay que hacerlo en un ambiente muy tranquilo, donde nadie y nada te pueda asustar.
Mira la punta de la nariz bizqueando los ojos. También puedes poner un dedo delante de los ojos, fijar en él la mirada y poco a poco ir acercándolo hacia la punta de la nariz. Los ojos se juntan.
Luego mira justo delante con la vista relajada y difusa, mientras que toda la atención se va hacia los lados. Intenta captar algunos objetos con la vista lateral sin mover los ojos.
Continúa alterando los dos ejercicios: la punta de la nariz – delante. Después sube un poquito la vista y haz el mismo ejercicio mirando el caballete de la nariz, también alterando: el caballete de la nariz – delante (atención hacia los lados). Otra vez sube la vista y mira el entrecejo, sigue alterando: el entrecejo – delante. Repetimos unas 7 u 8 veces en cada dirección.
Los ojos se mueven de un punto a otro suavemente y despacio. Trabaja lentamente pero con alegría y con agradecimiento hacia ti mismo. ¿La sonrisa aún sigue allí? ¡Muy bien! ¡Revisa tu estado de ánimo! Otra vez parpadea ligeramente, haciendo volar las pestañas.
RELAJACIÓN PARA LOS OJOS (EL PALMING)
¡ATENCIÓN!
ESTE EJERCICIO SE HACE ENSEGUIDA DESPUÉS DE
LA GIMNASIA PARA LOS OJOS
Pon una música agradable y relajante.
Calienta las manos para facilitar el flujo energético. Para ello pon las manos a la altura del plexo solar, así la energía fluirá mejor. Frota bien las manos y sin dejar de frotar acércatelas a los ojos.
Coloca los dedos de una mano sobre la palma de la otra de esta manera:
Las bases de los dos meñiques coinciden en el mismo punto y se colocan justamente en el entrecejo, donde normalmente se apoyan las gafas. Las palmas están un poco curvadas, formando un hueco. Los bordes de las palmas están bien apretados para que no entre la luz, pero las pestañas no tocan el centro de las palmas. Una vez ajustadas las palmas, puedes bajar los párpados.
La energía del centro de las palmas irá directamente hacia los globos de los ojos. Para que no haya obstáculos en el paso de la energía la cabeza debe estar en el mismo plano que la columna vertebral.
“Suelta” los globos oculares, relaja los párpados, relaja la cara. Las mandíbulas no están apretadas, la lengua no toca el paladar, los hombros están bajados, los brazos no están tensos. Levanta los codos y sepáralos para que apunten hacia los lados.
Los músculos de todo el cuerpo están relajados.
Crea el estado de placidez, de tranquilidad, de impasibilidad y de vacío. ¡Siéntete totalmente despreocupado!
Contempla la oscuridad o cualquier imagen que aparezca en tu imaginación.
Puedes mentalmente contemplar objetos en movimiento que están a lo lejos, a aquella distancia donde en realidad no ves bien. Pero en tu imaginación los puedes ver claramente a pesar de la distancia. También puedes imaginar un objeto primero de cerca y después de lejos.
De gran ayuda sería contemplar mentalmente tu reglón de trabajo en la tabla de la corrección de la vista e imaginar que lo ves nítida y claramente.
Luego desplaza la atención hacia el ombligo. Crea la sensación de calma y relajación absoluta. Piensa en el amor hacia ti mismo, hacia tus ojos, hacia la vida misma.
Ahora desplaza la atención hacia la zona del hígado (zona subcostal a la derecha) y envía allí toda la ternura que tienes dentro. Siente la “respuesta” física del cuerpo como en la Imagen de los Cinco Dedos.
Ahora de la misma manera fíjate en la zona de los riñones (en la espalda, un poco por encima de la cintura) y también envíales amor y cariño y de todo corazón deséales todo lo mejor. Capta la “respuesta” del cuerpo y crea el agradecimiento hacia ti mismo.
Baja las manos sin abrir los ojos. Prepárate para un descanso absoluto.
Imagínate que una ligera brisa te ha rozado y te ha hecho balancear ligeramente y te ha hecho relajar.
Suelta los músculos de las pantorrillas, los muslos, las nalgas, la espalda, el cuello, la cara. Relaja todos los músculos ¡menos los de la vejiga!
¡Imagina que es de madrugada! El sol está saliendo en el horizonte. Estás sentado en una colina, abajo corre un río. Ha llovido y las hojas de los árboles brillan bajo la luz del amanecer. La brisa las acaricia y la luz las traspasa de tal forma que parecen brillar solas. Tu cuerpo y tu mente rebosan de calma y de placidez.
Y ahora tranquilamente abre los ojos. ¡Nunca los abras de golpe! Tampoco se puede entornar o desencajar los ojos. Todo esto crearía una tensión inadmisible.
Si ahora, manteniendo la calma interior, coges la tabla de la corrección de la vista ¡tendrás una grata sorpresa!
¿Has notado una mejora? ¡Bravo! ¡Estoy orgulloso de ti!
Quiere decir que lo has hecho todo correctamente. Durante la relajación y el descanso la vista continúa mejorando.
¿Qué tal el ánimo? ¿La sonrisa sigue allí?
Subimos las emociones un escalón más arriba. Sentimos la ligereza y la alegría en el alma y el calor en los ojos.
Mantén esta sensación durante todo el día y si en un momento la llegas a perder, vuelve a hacer este ejercicio lo antes que puedas.
EL TEMPLO DE LOS PIRÓLATRAS
Hace años trabajé en una clínica para los altos cargos del gobierno. La mayoría de mis pacientes ya no ocupaban ningunos cargos porque estaban jubilados. Pero siempre andaban con el mismo aire de soberanía y prepotencia. Tenían un andar muy raro como un niño que se había hecho caca encima y se olvidó de ello. Como si hubieran bajado del caballo y en la entrepierna todavía les colgara la silla. Les conocíamos a todos desde hacía muchos años.
Una vez uno de mis compañeros me dijo señalándole a un antiguo paciente mío: “Este hombre está sano”. No le creí porque conocía perfectamente a este paciente. Era un ex-ministro que durante muchísimos años padecía la enfermedad de Parkinson en fase avanzada. Es una disfunción cerebral ¿sabéis? Uno de los síntomas de esta enfermedad es la total ausencia de la mímica facial. Cuando la cara parece una máscara.
Después de examinarle a fondo concluí que efectivamente estaba sano. Entonces le pregunté: ¿Qué tipo de tratamiento le hicieron y dónde?
Y me contó algo raro, una historia de un templo, pero francamente en aquel momento no le presté mucha atención. Me lo apunté y me olvidé de ello.
Al año siguiente durante la revisión anual descubrimos a otros cuatro pacientes como éste. Durante muchos años habían padecido enfermedades incurables y de repente se nos presentaron absolutamente sanos. Nos dijeron que el ex-ministro los había mandado al mismo sitio donde había ido él mismo.
Ahora estaba totalmente perplejo. Todo esto no encajaba para nada con mi concepción del mundo ni con largos años de mi experiencia.
Esta vez sí que presté atención y me lo apunté todo con muchísimo cuidado. Resultaba que en las montañas había un Templo de Pirólatras donde cada cuarenta días admitían gente ansiosa por curarse, principalmente en verano, porque en invierno era imposible de llegar allí.
Decidí ir allí yo mismo y atestiguar con mis propios ojos la curación milagrosa. Invité a dos amigos míos, un director de documentales y un cámara que trabajaban en la cadena local de televisión. Su programa se llamaba “El mundo que nos rodea”.
Primero fuimos en coche. Al llegar la noche alcanzamos el sitio acordado y bajamos del coche ya que nos habían prometido proporcionar otro medio de transporte. El coche se fue. Os podéis imaginar nuestro asombro al enterarnos de que el medio de transporte prometido eran burros. Resultaba que el camino hacia el Templo pasaba por alta montaña y no había otra opción que andar 26 km o bien a pie, o bien montado en un burro. Pero como éramos los últimos en llegar sólo teníamos dos burros para los tres. Me puse a convencer a mis compañeros “¿Habéis subido alguna vez a la montaña a pie? ¡Pues retemos a nosotros mismos!”
El cámara era un hombre muy corpulento, pesaba 130 kilos, tenía 5 papadas y una barriga enorme… Pero dentro de aquel cuerpo vivía un espíritu aventurero. El primer obstáculo fue superado.
Cargamos todos los equipos sobre los burros y fuimos andando. El primero en quejarse fui yo, porque tenía los zapatos de ciudad y se me rompieron muy pronto. Los pies me dolían. Pero seguía caminando. Pensaba: “Cuando sepa esta receta que curó a mis pacientes más graves, al volver a la ciudad seré un gran médico.”
Pasados unos 10 kilómetros el cámara se sentó en medio del camino y dijo: “Podéis matarme pero no haré ni un paso más.”
Entonces le dijimos: “¿Qué más da a donde ir? Para volver igualmente tendrás que andar los 10 kilómetros. Para eso seguimos adelante.” Al final le convencimos.
Cuando llegamos era medianoche. Nos recibieron y alojaron. Al día siguiente nos despertaron sobre las 11 de la mañana. Nos reunieron a todos y nos dijeron: “Os rogamos no pecar en nuestro Templo. Él que no cumpla con este requisito nos ayudará a traer agua como castigo.” Después resultó que pecar en este Templo significaba andar fruncido. Entonces me di cuenta de que todos los monjes en este Templo siempre tenían en la cara una ligera sonrisa y andaban todos muy rectos y erguidos como cipreses, o como si hubieran tragado un palo.
O sea, que teníamos que sonreír todo el rato. Lo escuchamos atentamente, sonreímos un poco, pero pasados dos minutos volvimos a la costumbre urbana de andar con cara ceñuda y descontenta.
Yo esperaba ver cúpulas doradas y cosas por el estilo pero allí solo había casitas, pequeñas y bien cuidadas, y nada más. La única cosa fuera de lo normal era que tenían una hoguera que siempre estaba encendida. Porque adoraban el Sol y el Fuego. Pero de todos modos aquello no parecía ningún Templo.
Hacía muchos años que los monjes habían encontrado un sitio de salida del gas natural y es allí donde habían fundado su Templo.
Les pregunté ¿cuándo estaba previsto visitar a los pacientes, diagnosticar las enfermedades y curarlas?
Pero resultó que aquí nadie visitaba a nadie y no curaba ningunas enfermedades. Fue el primer golpe para mí. El segundo lo recibí al enterarme de que los dueños ya habían retirado nuestro medio de transporte, los burros. Con el equipaje que llevábamos no se podía llegar muy lejos. ¡Estábamos atrapados! En un Templo donde nadie nunca había curado a nadie ni pensaba hacerlo. No podíamos escapar y encima teníamos que andar con una sonrisa tonta cuando por dentro estábamos ardiendo de rabia. Noté que el cámara me miraba de forma un poco rara como si estuviera tramando alguna cosa y el director me decía con ironía: “¿A dónde nos has traído, científico chiflado?”
En fin, estaba destrozado…
Y después empezó lo peor. Unas quince personas de los treinta que éramos fueron a por el agua. Yo también fui, ya os podéis imaginar por qué razón. La montaña era muy empinada, con la pendiente casi vertical de unos 600 metros de alto. Alrededor de ella serpenteaba un caminito: unos cuatro kilómetros para ir y otros cuatro para volver. ¡Madre mía! ¡Era por este camino donde subíamos anoche! Cuando lo vi, casi me dio un ataque. Este acantilado era más alto que la torre de comunicaciones de Ostankino y a ratos se tenía que caminar por unos troncos clavados en la roca. Antiguamente estos troncos funcionaban como puente levadizo que cerraba el acceso al Templo para los enemigos. Teníamos que llevar dieciséis litros de agua más los cinco kilos que pesaba el cántaro. Lo más cómodo en estas condiciones era llevar la carga sobre la cabeza. Fue entonces cuando supe la verdadera función de la columna vertebral.
La columna sirve para que la cabeza no caiga en los calzoncillos.
Me fui a por el agua y regresé a eso de las cuatro o cinco de la tarde, muy cansado pero dibujando en la cara una amplia sonrisa por si a caso. De repente se me acerca un monje y me dice muy amablemente:
– Haga Usted el favor de repetir el viaje.
– ¿Pero por qué? ¡Si acabo de volver ahora mismo! – En este momento me sentí a punto de parir a pesar de ser hombre.
– Cuando estaba Usted subiendo traía el pecado.
– ¡No! ¡Estaba sonriendo!
Acababa de caminar ocho kilómetros, anoche caminé otros veintiséis, sin cenar, desayunar ni comer… Tenía los pies hinchados, heridos, cansados… ¡Y tenía que volver a caminar! Estaba a punto de llorar.
– Vamos, le enseñaremos una cosa…
Entonces vi que en una de las ventanas tenían a un observador armado de prismáticos y entendí que discutir no tenía sentido. Porque a todos los que subían con su carga los tenían en la palma de la mano. Tuve que volver a bajar. Iba bajando y de vez en cuando me acordaba de mi estupidez y vociferaba “Ah-ah-a-a”. ¿Cómo pude meterme en este sitio lleno de idiotas que todo el rato me tomaban el pelo? Ahora sí que tenía dibujada en la cara una sonrisa bestial y le decía a cada uno que encontraba por el camino: “Sonríe, cretino, están mirando con el telescopio. Y a cambio de la información échame un poquito de agua en el cántaro”. Muy pronto ya tenía algo de agua en mi cántaro. Me senté para dejar pasar un tiempo y cogí el camino de vuelta.
Ahora entendía, por qué mis pacientes no querían responder a mis preguntas sobre el tipo de terapia que habían recibido. “Verá, es difícil de explicar”, – decían sonriendo.
Al entrar por la puerta del Templo me di cuenta de que ya era de noche, pero continuaba sonriendo. Ni que tengan el visor nocturno…
Hambriento y agotado regresé a mi celda. Con un enorme alivio borré la sonrisa de idiota de mi cara (¡también cansada, la pobre!) pero de repente sentí en mi espalda la mirada de alguien. Mi corazón dio un salto. Volví a dibujar en la cara una sonrisa de oreja a oreja, me volví bruscamente y ¿a quién creéis que vi?
¡A mi mismo!
En la pared había un espejo. Vi mi cara, cansada y sucia, con rastros de sudor y una sonrisa desmesurada. Entonces tuve un ataque de risa histérica. Reía como loco. Se me partía la barriga, los pómulos dolían pero no podía parar. Reía de lo absurdo de mi situación, en la que yo mismo me había metido.
Al ruido vinieron corriendo mis compañeros, el director y el cámara, y primero empezaron a reír pero después me miraron de forma extraña.
Cada día menos personas tenían que ir por el agua y finalmente llegó el día cuando no fue ni una sola persona. Entonces nos reunieron a todos y nos dijeron:
– Gracias por traer luz a nuestro Templo. Si necesitáis agua la podéis coger allí. Con eso abren la puerta y nos enseñan una casita de piedra que estaba en la zona de los monjes separada con un muro. Dentro de aquella casita había una fuente. Estaba hecha de tal forma que el agua no se congelaba en invierno.
Y el cántaro no era otra cosa que un invento para trasladar la verdad desde el cerebro hacia las piernas.
Porque cada uno que llegaba a este Templo se consideraba muy listo y tenía un montón de ambiciones. Para despojarnos de todo lo superfluo, los monjes del Templo inventaron aquella terapia contra la soberbia.
Yo también llegué allí con mi propio status quo, con mi formación académica, rebosando de conocimientos y dotado de algunas habilidades, que otros no tenían. Los demás eran “memos” y yo “el listo”. En una sola semana me despojaron de todas estas tonterías y me convirtieron en una persona.
Allí me encontré con mi mismo. Como antaño me interesaban bichitos, florcitas, hormiguitas… Iba a cuatro patas observando cómo movían sus patitas. Pensaba que yo era el único en sentirme como un niño, pero después me di cuenta de que a los demás les ocurría lo mismo. Nos habíamos olvidado de nuestros rangos y nos dimos cuenta de que cuando todos sonríen, la mímica de la gran ciudad parece algo anormal.
¿Habéis visto alguna vez a personas adultas jugar a juegos de niños? ¿Da risa, verdad? Pues nosotros sí que jugábamos. Y era algo muy natural.
Más tarde me acordé como la gente solía decir: “Se me ha ido el dolor. Me siento mejor.” Entonces lo relacionaba con la naturaleza, con el clima de montaña. Y solo después me di cuenta de que el secreto estaba en la mímica y en la postura.
Al cuadragésimo día fui a ver al superior del Templo y le dije:
– Quiero quedarme aquí.
– Hijo mío, todavía eres joven. Para los que estamos aquí este Templo es el mal menor. Los monjes del Templo somos personas débiles. No podemos permanecer limpios en medio de la inmundicia. No podemos integrarnos en la vida, hijo mío, y tenemos que huir de las dificultades. Existimos solamente para vosotros, para que vosotros podáis recoger nuestra luz y transmitirla a la gente. Vosotros sí que sois fuertes, tenéis la inmunidad.
Empecé a decir algo y al final añadí: “Seguro que soy el único de nuestro grupo quien vino a verle”.
– Eres uno de los últimos.
Resultó que casi todos los de nuestro grupo ya habían venido a hablar con el superior y habían pedio su permiso para quedarse. ¿Lo entendéis?
Dentro de cuarenta días nos fuimos del Templo. En el camino de vuelta nos encontramos con un grupo de personas ansiosas de curarse, igual que nosotros hace exactamente cuarenta días. ¡Madre mía! ¡Qué jetas tenían! Era una manada de ogros y se lanzaron encima de nosotros:
¿Te ha ayudado? ¿Qué tenías? ¿Qué os daban? ¿Ayuda a todos?
Les contesté: ¡Cada uno tendrá lo merecido!
Les miraba a ellos y después nos miraba a nosotros. Ellos – nosotros, nosotros – ellos. Nosotros – todos sonriendo… De repente sentí que me estaba apartando de ellos. Y ellos también se separaban de nosotros como se aparta de los apestosos. Muy cerca de mí, apoyado sobre los brazos de sus hijos, se encontraba un anciano de ochenta años. Me dijo: ¿Será posible que hubiéramos sido igual que ellos?
Cuando volví a la ciudad me encontré en medio de una muchedumbre indiferente, desalmada, siempre corriendo sin saber ni dónde ni por qué. Me fue muy difícil volver a acostumbrarme a la vida urbana.
Algo cambió dentro de mí, de una vez para todas. De repente me sentí actor en un teatro de absurdo y la vida de gran ciudad me pareció vacía e inútil. Me resultaban insoportables todas estas caras.
¡Si supierais lo mal que me sentía! ¡Y a pensar que hace poco yo era igual que ellos!
Después, cuando empecé a trabajar, quise comprobar que el secreto de la curación realmente estaba en la sonrisa y en la postura. ¿Y si no fuera eso? ¿Y si fuera la naturaleza, o el clima, o algo más?
Entonces decidimos organizar cursos en el gimnasio de la clínica. Invitamos a nuestros pacientes voluntarios, les explicamos el caso y empezamos a practicar. Practicábamos entre una y dos horas diarias. Simplemente caminábamos por el gimnasio con una sonrisa en la cara y con la espalda recta. ¿Sabéis lo difícil que es mantener la sonrisa todo el rato? ¿No creéis?
Entonces intentad sonreír y andar erguido por la calle. Enseguida sentiréis una enorme presión del mundo exterior. Lo tendréis muy y muy difícil, sobre todo al principio. Sales de casa y al cabo de un cuarto de hora te das cuenta de que habías perdido la sonrisa. Miras tu reflejo en el escaparate y ves una jeta…
¡Os tocará luchar! Os tocará resistir la presión del medio que intentará reduciros al polvo. Para poder permanecer tu mismo hay que tener fuerza de voluntad.
Pasadas unas semanas después del comienzo de nuestros cursos empezaron a suceder cosas extrañas. Uno de nuestros pacientes me dijo:
– He perdido mis gafas. Me las compré en Francia hace muchos años y ahora no me acuerdo donde están.
¿Por qué las habrá perdido? Porque la necesidad de llevarlas fue disminuyendo.
A un otro paciente le empezó a funcionar el intestino. Un tercero comenzó a oír mientras que el problema del oído lo tenía desde la infancia. Mejoraron todos.
Aquellos resultados me volvían loco. No llegaba a entender cómo, después de haber estado enfermo durante muchísimos años, uno llegara a curarse gracias a una sonrisa tonta y una postura corporal.
Entonces decidimos realizar análisis clínicos en nuestro laboratorio para averiguar qué tipo de cambios tenían lugar en el organismo de nuestros pacientes. Y esto nos llevó a hacer un descubrimiento científico fundamental.
¿Y qué les sucedió al cámara y al director de documentales? El cámara adelgazó, desde entonces su peso nunca ha pasado más de ochenta y cinco kilos. Se le curaron varias enfermedades.
Pero el resultado más espectacular lo tuvo el director. Hacía ya unos años que su mujer se había divorciado de él porque abusaba del alcohol. Pues después del viaje al Templo aquel hombre dejó de beber y volvió a casarse con su mujer.