LAS SIETE FASES DE LA CURACIÓN
LAS SIETE FASES DE LA CURACIÓN
Observando a las personas durante el proceso curativo, comprobé que este proceso no equivale nunca a una
curva uniforme y ascendente hacia la salud. Las más de las veces, mis clientes experimentaban una mejoría in-
terna inmediata. Más tarde, parecían tener una regresión. Llegados a este punto, solían cuestionar la eficacia
del tratamiento. Muchas veces pensaban que estaban peor que antes de acudir a mi consulta. Su campo
energético indicaba claramente que en realidad estaban mejor. Los desequilibrios en su campo eran mucho
menores, y sus órganos funcionaban mejor. No obstante, a pesar de su campo más equilibrado,
experimentaban los desequilibrios que sufrían con mayor virulencia. En ocasiones incluso sentían un dolor más
intenso. Lo que ocurría era que toleraban peor los desequilibrios que anteriormente percibían como
«normales». En resumen, disfrutaban de una mejor salud.
Constaté asimismo que las personas pasan por distintas fases a lo largo de su proceso curativo. Estas fases
forman parte del proceso de transformación humana normal. La curación requiere cambios mentales, emo-
cionales y espirituales, así como un cambio fisico. Cada persona debe revalorar su relación con los aspectos
implicados en un proceso curativo personal y fijarlos en un nuevo contexto.
Ante todo, la persona debe admitir que existe un problema y permitirse experimentarlo. Tiene que abandonar
la negación de su situación. Observé que cada vez que una persona experimentaba un «empeoramiento»,
abandonaba su negación y tomaba conciencia de otro aspecto del problema. Muchas veces, los pacientes
creían que estaban irritados porque estaban empeorando. En realidad, estaban irritados ante la perspectiva de
afrontar más cosas.
La mayoría de pacientes buscaban entonces una forma de facilitar la labor; querían una salida fácil. Muchos
de ellos decían cosas como: «Ya he trabajado bastante en esto», o bien «Oh, no, otra vez esto no». Por último,
si la persona decidía profundizar más, manifestaba su voluntad de pasar al siguiente asalto mediante
expresiones: «Muy bien, sigamos adelante».
La curación, como la terapia, es un proceso cíclico que arrastra a una persona en una espiral de aprendizaje.
Cada ciclo exige una mayor aceptación de sí mismo y más cambios a medida que se profundiza cada vez más
en la naturaleza verdadera y nítida del ser real. La distancia y profundidad a que podemos acceder depende
por entero de nuestra libre elección. La forma de emprender el viaje espiral y el mapa de carreteras que use-
mos es también una elección libre. Y es lícito que así sea, puesto que cada camino es distinto.
Toda enfermedad requiere un cambio dentro del paciente para facilitar la curación, y todo cambio exige la
liberación, la rendición o la muerte de una parte del paciente, ya sea un hábito, un trabajo, un estilo de vida, un
sistema de creencias o un órgano fisico. Así, usted, como paciente/autosanador, experimentará los cinco
estadios de la muerte que la doctora Elisabeth KüblerRoss describe en su libro On Death and Dying (Sobre la
muerte y los moribundos). Son la negación, el odio, la negociación, la depresión y la aceptación. Discurrirá tam-
bién por otras dos fases: el renacimiento y la creación de una nueva vida. Son una parte natural del proceso
curativo. Para el sanador, tiene una importancia suprema la aceptación de cualquier fase en la que se en-
cuentre el paciente sin tratar de sacarle de ella. Sí, es posible que el sanador deba sacar a su paciente de
esa fase ante un riesgo fisico implícito. En cualquier caso, tiene que ser una maniobra moderada.
Para describir la experiencia personal de pasar por las siete fases de la curación, he escogido dos casos
en los que fue necesaria una intervención quirúrgica además de la curación por imposición de manos.
Ambos casos ofrecen una visión más amplia de todos los aspectos de la curación. Por supuesto que
cualquier persona que utilice tan sólo la imposición de manos y la curación «natural» deberá pasar también
por las mismas etapas.
Bette B., la primera paciente, mide unos 165 centímetros, tiene el pelo ensortijado, de color castaño oscuro
veteado de canas, y posee una personalidad muy afectiva. Es enfermera profesional y una aplicada alumna
de técnicas curativas. Bette tiene sesenta y siete años, está casada y es madre de dos hijos. Reside en el
área metropolitana de Washington, D.C., con su marido, Jack, un ingeniero de sistemas de seguridad jubi-
lado. Bette había sufrido previamente dolores, debilidad y hormigueo en la pierna izquierda, que derivaron en
una parálisis desde la cintura hacia abajo en 1954. Como consecuencia de ello, tuvieron que extraerle dos
discos lumbares. Al cabo de ocho meses de actividad curativa personal, consistente en hidroterapia, fisiote-
rapia y un montón de oraciones, pudo andar de nuevo, cosa que los cirujanos no se esperaban. Sufrió otra
operación en la espalda en 1976, en el transcurso de la cual se le extrajo otro disco además de tejido
cicatrizante y astillas óseas. Asistió a una clínica de rehabilitación para restablecerse. En 1986, empezó a
notar nuevos síntomas de dolor, debilidad y hormigueo en el brazo derecho, así como dolor en el cuello. En
1987, Bette se sometió a otra intervención quirúrgica, esta vez en el cuello. Yo me entrevisté con Bette unos
meses después de esa operación.
Karen A., la segunda paciente, es una morena alta y atractiva de cuarenta y tantos años, casada y con dos
hijastros. No tiene hijos propios. Karen es una experta terapeuta. Su marido es también terapeuta. En el mo-
mento de escribir estas líneas, viven en Colorado.
La enfermedad de Karen se declaró mientras residían en el distrito de Washington, D.C. Sus problemas
físicos empezaron a una edad temprana, hacia la pubertad. Sufrió un dolor crónico en la región inferior de la
pelvis durante años. Más tarde se le diagnosticó un fibroma uterino y una endometriosis en el ovario dere-
cho. La zona se le infectó, el dolor se intensificó y Karen optó por someterse a una histerectomía. La expe-
riencia curativa la indujo a una espiral autorreveladora muy profunda de crecimiento interno.
Recorreremos las etapas una por una para descubrir y explorar los ingredientes básicos de cada una de
ellas.
La primera fase de la curación: Negación
La necesidad de la negación existe en todo el mundo en determinadas ocasiones. Todos tratamos de estar
-o simulamos estar- exentos de las experiencias más difíciles de la vida. Recurrimos a la negación para
mantener esta pretensión porque tenemos miedo. Creemos que no podemos soportar algo, o simplemente
no queremos hacerlo.
Si usted cae enfermo, probablemente usará la negación, o al menos una negación parcial, no sólo en la
primera fase de su dolencia o en la confrontación siguiente, sino también más tarde, de vez en cuando. La
negación es una defensa transitoria que le concede tiempo para prepararse para aceptar lo que llegue en
una fase posterior. Sobre todo si precisa un tratamiento severo, es probable que sólo pueda hablar de su
situación durante un tiempo limitado. Luego sentirá la necesidad de desviar la conversación hacia temas más
agradables o incluso fantásticos. Esto es perfectamente natural. Hay algo que usted teme que aún no está
preparado para afrontar; con el tiempo, lo estará. Concédase el tiempo que necesite.
Usted podrá hablar cómoda y directamente de su condición con algunos miembros de su familia, amigos y
profesionales del cuidado de la salud. Y no será capaz de comentarlo en absoluto con otras personas. Es
más, no tiene por qué hacerlo. Esto tiene mucho que ver con la confianza que deposite en cada persona. Es
muy importante que la tenga depositada en sí mismo. También tiene mucho que ver con los sentimientos de
esas’ personas respecto a la enfermedad, a su propio cuerpo, y a la enfermedad que padece usted. Podría
reaccionar a lo que observe en ellas. (Resulta siempre necesario que los profesionales del cuidado de la
salud examinen ‘ sus propias reacciones a la enfermedad cuando trabajen con sus pacientes. Sus
reacciones se reflejarán siempre en la conducta de los pacientes y pueden contribuir en gran medida al
bienestar o al perjuicio de éstos.)
Recuerde que la negación es un modo de conducta absolutamente normal. No se juzgue cuando la detecte
en sí mismo. Todos la experimentamos, no sólo en la enfermedad sino también en otros aspectos de la vida.
La negación sirve para impedirnos ver lo que no nos creemos preparados para ver o sentir. Es un sistema de
defensa que nos evita volvernos locos. Si su sistema entiende que puede soportarlo, no tiene por qué refu-
giarse en la negación. Tan pronto como esté dispuesto a afrontarlo, saldrá de la negación.
La negación persistente puede resultar muy cara. No obstante, debe tratarse con delicadeza y compasión.
Usted necesitará amor tanto de sí mismo como de los demás para superarla. Así pues, es importante que se
rodee de gente a la que quiera y en la que confíe. Ábrase a su amor y compártalo con ellos siempre que
pueda.
Bette utilizó la negación ignorando los mensajes que procedían de su cuerpo y de su sistema de
equilibrado:
Recuerdo que sentía un dolor que se extendía desde el hombro por todo el brazo mientras pensaba: «Oh,
te estás haciendo mayor y quizá tienes artritis. Ignóralo; ya se irá». Cuando pintaba, tenía dificultades para
usar el brazo izquierdo.
La dificultad en el brazo iba y venía. Creo que esta situación se mantuvo durante unos cuatro años. En el
último año y medio antes de acudir al médico para operarme, la mano y el brazo perdían fuerza de un modo
ostensible. Por primera vez en mi vida, tenía que pedir a mi marido que me abriera los botes de conserva. Yo
lo negaba diciéndome a mí misma: «Sólo tienes un poco de artritis en la mano. Eso es todo. No debes
preocuparte».
Ignoré la debilidad en el brazo porque también iba y venía. Sentía verdadero pánico de perder la fuerza
cuando llevaba las bolsas de la compra desde el colmado. Pero no me dejaba dominar por el pánico.
Cambiaba el peso del brazo izquierdo al derecho y procuraba que las bolsas fueran mucho más ligeras.
Con todo, opino que esa negación era en parte casi necesaria para que la enfermedad alcanzara el punto
de hacerse «operable». Al menos, así me lo parece ahora. No creo que mi dolencia fuera operable en
aquella época. No creo que hubiera progresado lo bastante. De haberlo sabido antes, habría quedado
horrorizada. Era más fácil negarlo que acudir al médico, porque, como enfermera, siempre pensé que debía
saber qué me ocurría antes de consultar al médico, en vez de presentarme ante él sumida en la inopia y
decirle: «Usted es el médico, ¿qué me pasa?». Entendía que yo debía conocer la respuesta primero.
Como enfermera, siempre me enseñaron que muchas cosas existen sólo en la mente. Creo que mi temor
consistía en que, puesto que yo era enfermera y el médico era «Dios», él me diría que todo existía en mi
mente y que no me ocurría nada. Fue una idea muy dificil de superar.
Mientras digo esto, empiezo a darme cuenta de lo importante que era entonces para mí resolver el pro-
blema por mí misma, en lugar de acudir a los médicos para que me ayudaran. Pienso que el objetivo de toda
esta experiencia fue permitirme sentirme impotente y hacerme capaz de trabajar con otras personas.
Pregunté a Bette qué entendía ella por «impotente». Me explicó que significaba la necesidad de aprender a
rendirse y a sentirse segura. Esto se hizo más evidente a medida que recorrí las distintas fases con ella.
La negación de Karen adoptó también la forma de ignorar los mensajes de su sistema de equilibrado que
se traducían en dolor. Como terapeuta profesional, dedicaba mucho tiempo a «trabajar» con los aspectos psi
cológicos implicados. Por desgracia, finalmente se hizo patente que esto constituía también una forma de
negación. Karen debía enfrentarse a su problema en el plano físico.
Karen explica:
Creo que me encerré en la negación hasta que decidí someterme a la operación quirúrgica. Me sentía más
incómoda de lo que me permitía saber, y no dejaba de decirme que con sólo superar el momento siguiente
todo iría bien. Yo podía curarlo. La forma que adoptó la negación fue la de obligarme a intentar solventar mi
problema en la terapia.
Lo que subyace bajo la negación de cualquiera es el miedo. El miedo a cosas que tendremos que afrontar
y superar por causa de nuestra enfermedad.
Karen tenía miedo a no poder curarse. Tenía miedo a la experiencia en un hospital y a estar fisicamente in-
defensa durante y después de la operación. También temía la posibilidad de morir en el transcurso de la
intervención, aun cuando en realidad no había ninguna duda de que la superaría con éxito. Eludió el
tratamiento durante largo tiempo debido a ese miedo.
Los temores de Bette eran similares:
Tenía miedo a la operación, a depender de otros porque no sanaba naturalmente y debía recurrir a la
cirugía. Otro temor era el de perder la creatividad en las manos y ser incapaz de pintar. La pintura se ha
convertido en una experiencia tan relajante, tan maravillosa y creativa para mí, que [perderla] me aterraba
más que la posibilidad de no volver a andar.
Muchas veces sentimos temores que no tienen ningún sentido, pero los experimentamos de un modo muy
real e intenso. Aunque tachemos esos miedos de irracionales o «derivados de una experiencia en una vida
anterior», como hacen muchos sanadores, hay que admitirlos y afrontarlos.
Bette recuerda:
Temía que si me ocurría algo en el cuello, me cortarían la cabeza. Era un pensamiento muy aterrador para
mí. Aparentemente no venía de nada concreto, pero me producía auténtico pavor.
Creo que hubo dos ciclos de todas estas fases de negación/odio/negociación/aceptación. Uno fue anterior
al diagnóstico, y el segundo tuvo lugar después de que el médico me dijo que acudiera al neurocirujano. De
hecho, cuando el médico me dijo por primera vez que me mandaría al neurocirujano, yo exclamé: «¡No, eso
no!».
Recuerdo que mi marido me decía: «¿Por qué tienes tanto miedo a la cirugía?». Y recuerdo que le
respondía: «No sé por qué». He tenido otras dos operaciones de columna vertebral, pero era como si ése
fuera el momento crucial de mi vida. I
ba a ser una experiencia aterradora porque en mi fuero interno creía
realmente que pondría fin a mi vida.
Lo pospuse una y otra vez. Estaba sencillamente aterrorizada. Aún recuerdo la mañana de mi primera visita.
Volvió a acosarme ese miedo a que me cortaran la cabeza.
La mañana en que debía acudir al neurocirujano, recuerdo que me levanté y grité a Jack: «No quiero ir.
Olvidemos todo este asunto. Es más de lo que puedo soportar. ¿Por qué tiene que sucederme a mí?». Estaba
muerta de miedo, y grité durante veinticinco minutos antes de acudir al neurocirujano.
En su proceso curativo, Bette pudo compartir esos temores con su marido y sus amigos. Fue importante para
ella sentirlos en presencia de otra persona, fueran realistas o no. Fue esta experiencia de compartir lo que
permitió transformar el miedo. Cuando Bette lo hizo, su miedo se convirtió en odio y ella accedió a la segunda
fase de la curación.
La segunda fase de la curación: Odio
Si usted avanza en el proceso curativo, llegará a un momento en el que ya no puede mantener el primer esta-
dio de negación. Entonces tendrá, probablemente, sentimientos de odio, rabia, envidia y resentimiento. Podría
decir: «¿Por qué yo? ¿Por qué no le ocurre a Fulano, que es alcohólico y pega a su mujer?». Comoquiera que
esta clase de odio se desplaza en todas direcciones, probablemente lo proyectará hacia su entorno casi al
azar. Amigos, familiares, sanadores, médicos…, ninguno de ellos le hará ningún bien, y todos ellos empeorarán
la situación. Cuando sus familiares sean blanco de su odio, tal vez reaccionen con pesar, llanto, culpabilidad o
vergüenza, e incluso pueden evitar cualquier contacto con usted en el futuro. Esto podría acrecentar su
malestar y su ira. Llévelos consigo; es sólo una etapa.
Su odio es fácil de entender, puesto que tiene que interrumpir sus actividades cotidianas dejando cabos por
atar. O quizá no sea capaz de hacer cosas que pueden hacer otros, o debe invertir su dinero, que tanto le ha
costado ganar, en su curación en vez de las vacaciones o el viaje que había planeado.
Cualquier persona que se someta al proceso curativo sentirá un cierto odio. Será distinto para cada persona.
Para algunos, será un gran estallido, como en el caso de Bette, sobre todo si no se han permitido estar colé-
ricos hasta entonces. Cuando Bette accedió a la segunda fase, su odio estalló y ella alcanzó la cúspide en un
abrir y cerrar de ojos:
Recuerdo que estaba muy irritada. Estaba muy enfadada con Dios porque pensaba: «Dios me ha enviado la
parálisis de mis piernas y todo lo demás, cuando mis piernas ni siquiera habían recuperado la normalidad». Y
pensé: «No puedes quitarme los brazos y las piernas, porque mis brazos están conectados con mi
espiritualidad y mi creatividad».
El odio, por otra parte, fue tan sólo una de tantas emociones para Karen:
El odio fue sólo uno más de los muchos sentimientos que experimenté. En determinados momentos pude
sentir odio por lo mal que lo estaba pasando, pero no me parece una fase importante en el proceso de mi
curación. Creo que en según qué ocasiones tenía sentimientos diversos, como el odio, por el hecho de no ser
curada por las personas que teóricamente debían curarme o hacia algunos de los distintos médicos a los que
acudía. Después de permanecer irritada durante un rato, pasaba al intento de establecer un pacto con Dios.
Así, Karen iba y venía entre la segunda fase (odio) y la tercera (negociación).
Prepárese para descubrir que usted está mucho más interesado en negociar de lo que había sospechado
hasta ahora. Todo el mundo lo hace.
La tercera fase: Negociación
Puesto que el odio no le ha proporcionado lo que quería, probablemente, y de un modo bastante inconscien-
te, intentará negociar y prometerá ser bueno y hacer algo bonito para conseguir lo que quiere. La mayoría de
negociaciones se efectúan con Dios, y generalmente se mantienen en secreto o se mencionan entre líneas,
como puede ser la consagración de la propia vida a Dios o a una causa especial. Debajo suele haber asociado
un sentimiento de culpabilidad. Usted podría sentirse culpable de no asistir a las reuniones de su confesión
religiosa más a menudo. O podría desear el haber ingerido la comida «adecuada», realizado los ejercicios
«adecuados» o vivido de la forma «adecuada». Llegados a este punto, es muy importante localizar y librarse de
esa culpabilidad porque sólo conduce a una negociación más intensa y, más tarde, a la depresión. Encuentre
todos sus «deberías» e imagine que se disuelven en una luz blanca. O entréguelos a su ángel de la guarda o a
Dios. Cuando haya completado su viaje por las siete etapas, probablemente descubrirá un cambio que desea
hacer en su vida pero que no surgirá del miedo, a diferencia del cambio que usted ofrece en la fase de ne-
gociación.
Bette intentó negociar una salida de su enfermedad tratando de encontrar a otra persona, cualquiera a ex-
cepción del cirujano, que la solventara:
Traté de convencer a mi marido para que me ayudara. Era como pretender que él me tranquilizara y dijera:
«Todo se arreglará». No creo que me diera cuenta de que estaba negociando, pero sé que me decía a mí
misma: «Si meditas más, si te bañas más a menudo, si te das más masajes y si sigues utilizando la luz
blanca, todo esto desaparecerá y ya no tendrás que operarte». Quería convertirme en una persona más
devota de la meditación y esperar que, de algún modo, esto me sacara del apuro.
También iba y venía entre la aceptación de que debía operarme y la esperanza de que alguien me en-
volvería mágicamente la columna vertebral en la luz dorada y todo se resolvería. Necesitaba sesiones cu-
rativas, pero fui incapaz de concertar una. Recuerdo a Ann [una estudiante de curación, compañera de Bette,
que le ofreció sesiones curativas] diciendo que vendría, y yo usé mil excusas distintas por las que Ann no
debía venir a casa. No confiaba en ella, no confiaba en nadie, sencillamente porque tampoco confiaba en mí
misma.
En su negociación, Karen acudió directamente a Dios:
Mi negociación adoptó la forma de la niña que había en mí y que decía: «Mira, Dios. Haz que mejore y yo
haré lo que quieras si me sacas de ésta. O, si vivo y salgo de ésta [lo cual no planteaba excesivas dudas],
me comprometeré de veras a consagrar mi vida a la curación de este planeta, tal y como se me exija».
Cuanto más negociaba, más deprimida me sentía luego.
La cuarta fase de la curación: Depresión
La depresión se refiere al estado emocional que experimentamos cuando nuestra energía es muy baja y
hemos perdido la esperanza de conseguir lo que queremos tal y como lo queremos. Tratamos de fingir que
no nos importa, pero en realidad sí nos importa. Estamos tristes, pero no queremos expresar la tristeza.
Accedemos a un estado de melancolía, y generalmente no queremos interactuar con los demás. La
depresión equivale a reprimir los sentimientos.
Desde el punto de vista del campo energético humano, la depresión equivale a reprimir el flujo de energía a
través de su campo vital. Una parte de ese flujo energético tiene correlación con los sentimientos. Por lo
tanto, cuando pensamos en la depresión, normalmente pensamos en sentimientos represivos.
Existen tres causas que justifican la depresión. Una es el rechazo a negociar, que se ha mencionado ante-
riormente. Consiste en tratar de curarse a sí mismo evitándose y rechazándose por cómo son las cosas, en
lugar de buscar de veras una solución.
La segunda causa son los sentimientos represivos de pérdida. Toda enfermedad exige la renuncia a un
estilo de vida, a una parte del cuerpo fisico o a un mal hábito. Si usted bloquea sus sentimientos de pérdida,
estará deprimido. Si se permite sentir la pérdida y la lamenta, la depresión se irá. Accederá a la aflicción, un
estado completamente distinto. La aflicción es una corriente, un sentimiento de pérdida, en vez de una
represión de sentimientos. Sea lo que fuere lo que ha perdido, debe lamentarlo. Puede experimentar la
aflicción en distintos momentos durante su proceso curativo. Conserve los sentimientos de pérdida cada vez
que surjan. Esto le llevará al estado de aceptación.
Una tercera causa de la depresión son los tratamientos invasores severos como la quimioterapia, la
anestesia y la cirugía que desequilibran los procesos químicos de su cuerpo y le sumen en la depresión.
Cuando el cuerpo restablece su equilibrio fisico, la depresión desaparece. Desde la perspectiva del campo
energético humano, los tratamientos y medicamentos severos detienen, frenan u obstruyen el flujo de
energía normal a través del campo energético. De este modo, usted está deprimido. Cuando los
medicamentos se disipan, el flujo energético se restablece y la depresión se va. La curación con imposición
de manos despeja el campo en la mitad del tiempo normal, y los pacientes salen de la depresión
postoperativa más pronto.
La depresión de Bette adoptó la forma de autorrechazo. Se refugió en sí misma y lloró mucho:
Sentía que era una mala persona. Si hubiera trabajado con más ahínco en la curación, si hubiera hecho
mis deberes, si hubiera sido una persona-Dios mejor, habría podido curarme a mí misma. Era casi como si
tuviera que rendirme por completo y curar mi impotencia para dejar que alguien hiciera el trabajo. ¿Qué me
ocurría? Nunca podría ser una sanadora. Esto me resultaba muy aterrador, porque en mi interior creía
realmente que tenía vocación de sanadora, y todavía lo creo. Pero en aquella época me asustaba mucho la
perspectiva de someterme a todo ese proceso curativo. Sentía que ni siquiera era ya una buena esposa.
Es una experiencia horrible cuando surgen todas esas ideas negativas, acudes al Dios que conociste hace
muchísimo tiempo y sientes que estás siendo castigada porque no eres lo bastante buena.
Tuve que librarme de muchas cosas. Era incapaz de realizar todas las tareas que me proponía hacer en
casa. No podía concentrarme en las actividades domésticas del curso de curación. Habíamos planeado
marcharnos, pero yo no podía hacerlo porque sentía demasiado dolor. Tenía que esforzarme en todo cuanto
hacía. Tenía que obligarme a levantarme de la cama por la mañana. Estaba incómoda en la cama, pero aún
estaba más incómoda cuando me levantaba. No sabía qué hacer. No confiaba en mí misma. No confiaba en
nadie. Tuve que someterme durante algún tiempo a fisioterapia para ver si podía ayudarme, pero de hecho la
fisioterapia sólo empeoró las cosas. De modo que tuve que lamentar el hecho de que no podía servirme
antes de que llegara el momento adecuado de recurrir a la cirugía. Una parte de mí esperaba que me
ayudara, y la otra parte sabía que no me ayudaría.
Hay una cosa más, Barbara. Tuve que lamentar la pérdida de mi capacidad de pintar durante esa época.
Esto fue muy duro, porque la pintura siempre había sido una forma de curación para mí. Había sido una
manera de pasar experiencias sin dejar de sentirme creativa y espiritual. No podía hacerlo porque no podía
ver, y ésa fue una gran pérdida, otra pérdida más. Me sentí muy deprimida tras la operación, era incapaz de
efectuar cualquier sesión autocurativa, y sólo me obligaba a escuchar algunas cintas.
La depresión de Karen estuvo llena también de autocríticas y autorrechazo:
Me encerré en mi propio autorrechazo. Sentía que era incapaz de curarme a mí misma. No sabía si debía
capitular acudiendo a un médico. Esta idea me obsesionó por completo.
Por fin, una mañana al despertar sentí un dolor muy intenso en la parte derecha del abdomen, y pensé:
«Ya no puedo soportarlo más». No sabía si era un problema psicológico o fisico, ni a qué médico debía
acudir. Fui incapaz de ir a mi ginecólogo, y cuando ya tenía los nervios de punta la llamé a usted. Y cuando
Heyoan me habló a través de usted, me recordó mi autocrítica. Eso fue el momento crucial que necesitaba.
Entonces me replanteé muchas cosas sobre la operación. Empecé a considerarla como una liberación de
mis autocríticas y la satisfacción de mis necesidades. Lo convertí en mi objetivo. Después de hablar con
usted, me quité un peso de encima y llamé a un médico y concerté una visita de inmediato. Acababa de
decidir que me operaría, y desde aquel instante todo empezó a avanzar.
Tan pronto como Karen se libró de su autorrechazo y tomó la decisión de operarse, su depresión se disipó
y ella accedió a la fase de aceptación.
La quinta fase de la curación: Aceptación
Cuando usted ha tenido suficiente tiempo, energía y concentración para procesar las cuatro fases
precedentes, accede a un estado en el que ya no se siente deprimido ni irritado respecto a su condición.
Habrá podido expresar sus sentimientos previos, su envidia por los sanos, y su odio hacia quienes no tienen
que afrontar la enfermedad. Tal vez querrá que le dejen en paz o comunicarse en formas de ser silenciosas y
no verbales porque usted se está preparando para el cambio. Éste es el momento de llegar a conocerse
mejor, de introducirse en su interior y reencontrarse. Usted se cuestiona los valores con los que ha vivido
que hayan contribuido a crear su enfermedad. Empieza a sentir sus necesidades reales y pretende
alimentarse de formas que no había probado hasta ahora. Tiende a hacer nuevos amigos y puede que se
aleje de algunos de los antiguos, que quizá no f
ormarán parte de la siguiente etapa de su vida. Efectúa los
cambios necesarios en su vida para facilitar su proceso curativo. El proceso se acelera. Usted experimenta
un gran alivio, aunque todavía quede mucho por hacer hasta completar su curación.
Una vez que Karen alcanzó la aceptación, las cosas cambiaron por completo. Entonces lo incluyó todo en
el contexto de satisfacer sus necesidades. De la aceptación de Karen surgió un modo de ejercer un mayor
control sobre su vida concentrándose en sus necesidades. Aprendió a preguntar qué era lo que necesitaba:
El decir la verdad, la verdad de mis necesidades, fue lo que me liberó. Sólo mis necesidades, sin valoración
alguna. Desde el preciso momento en que las pronuncié más a menudo, empezaron a recibir respuesta. ¡Allí
estaba!
En el caso de Bette, ocurrió lo contrario. En vez de más control, su aceptación implicaba una completa ren-
dición a algo que la había aterrorizado anteriormente. A medida que el proceso curativo seguía su curso, la
impotencia, que había sido un símbolo de debilidad en el antiguo contexto de Bette, se erigió en un símbolo.
de fortaleza en su nuevo contexto. Se requiere mucha fe y fortaleza para rendirse. Lo que ella creía que se
sumía en la impotencia y la necesidad, era de hecho una rendición al amor y a la fuerza superior que poseía
en su interior y a su alrededor. Para ella, la aceptación tuvo lugar por etapas. La primera se produjo después
de su operación.
Bette recuerda:
Sentía profundamente en mi interior que era importante someterme a esa operación, que necesitaba vivir la
experiencia número uno de aprender a trabajar con otros profesionales de la salud, a trabajar con otras
personas, de hecho. Necesitaba no ser tan independiente. Necesitaba cambiar el valor de hacerlo todo por
mí misma.
La aceptación no llegaba de forma permanente. Lo: hacía en pequeñas dosis. Venía diciendo: «Sí, Bette,
debes operarte. Es necesario que pases por ello, y tienes que hacerlo». La otra parte consistía en el hecho
de acudir al hospital. Entraba y salía de casi todas las fases. Volví a acceder a algún rechazo. Estaba
irritada. No me gustaba nadie del hospital, except una enfermera. Todo el mundo parecía estar demasiado
ocupado. Sin embargo, doy gracias a Dios por los amigos que me prestaron su apoyo.
Una buena parte de la rendición de Bette consistió en pedir y permitirse recibir mucho apoyo de sus
amigos.
La sexta fase de la curación: Renacimiento, un período de emergencia de luz nueva
La aceptación y la curación conducen al renacimiento, un período de reencuentro consigo mismo de una
forma nueva. Usted quedará encantado con la persona que encontrará allí. En esta fase, necesitará mucho
tiempo de tranquilidad y soledad para llegar a conocerse. Cerciórese de concederse ese tiempo. Acuda a un
retiro silencioso, o vaya unos días de pesca. Quizá necesite unas semanas, o incluso unos meses, de tiempo
personal.
En el proceso de su recuperación, descubrirá que ha revelado partes de sí mismo que han estado ocultas
mucho tiempo. Quizá partes nuevas que usted no ha visto emerger. Habrá mucha luz emergente de su
interior. Contémplela; vea su belleza; huela su fragancia; guste y deléitese de su nuevo yo. Encontrará
nuevos recursos internos que tal vez no ha podido exteriorizar antes. Quizá haya sentido siempre que
estaban allí, pero ahora empiezan a salir a la superficie. Puede ser un verdadero renacimiento para usted.
Usted experimenta todo lo que hay en su vida, tanto el presente como el pasado, en un nuevo contexto. Es
el momento de volver a escribir su historia. Es ahora cuando usted comprende que puede cambiar realmente
su relación con acontecimientos pasados para curarlos. Ocurre automáticamente, porque usted ha cambiado
su actitud ante la vida. Ha cambiado el contexto dentro del cual experimenta su propia vida. Eso es lo que se
entiende por curación verdadera.
Para Bette, el renacimiento empezó con humildad:
Cuando fui lo bastante humilde como para pedir ayuda, fue como volverme cada vez menos desafiante y
aceptar la necesidad de trabajar con mi marido y mis amigos y depender de ellos. Y aceptar el hecho de que
no podía hacerlo todo sola. Me sentía bien al recibir amor y atención. Era una sensación cálida, agradable y
muy tranquilizadora.
Atribuyo mi curación a la pericia quirúrgica del médico, a mi capacidad de sanarme y a mis amigos de la
comunidad espiritual, que también me ayudaron.
Ya no tengo tanto miedo a sentirme impotente. Antes, era como un barco sin timonel. De modo que tenía
que ser fuerte. Sentía la necesidad de permanecer aislada. No confiaba en mi ser ni en mi fuerza superior
para conseguir lo que necesitaba. Tenía que hacerlo por medio de mi voluntad. Ahora es grato saber que
puedo confiar en otras personas y que no tengo que permanecer aislada. Me siento más segura confiando
en mi misma y en los demás.
Resultó que lo que yo entendía por ser impotente era en realidad la necesidad de rendirme a las fuerzas
superiores, tanto de mi interior como del exterior. Sé que existe una fuerza universal que me proveerá todo
aquello que precise. Yo formo parte de ella, y ella es parte de mí.
Karen metió también viejas experiencias en un nuevo contexto durante su fase de renacimiento. En la
etapa precedente de negociación, se había mostrado dispuesta a «consagrar su vida» a lo que se le
«exigiera» para curar el planeta. Pero cuando llegó el renacimiento, descubrió que «exigirle consagrar su
vida» era pedirle que abandonara el miedo que había en su interior. Equivalía a decir: «Dios, sálvame la
vida, y yo la ofreceré para salvar el planeta».
En el renacimiento, encontró un firme compromiso para curarse primero a sí misma y luego el planeta. Así
es como funciona. La curación empieza en uno mismo y luego se extiende holográficamente por el resto de
la vida en el planeta. Al curarse uno mismo, se cura el planeta. Tales compromisos emanaron de su amor.
Karen sentía que la experiencia completa de la curación la ayudaba a concentrarse en lo que quería y debía
hacer luego en su vida:
El resultado de la operación fue que me comprometí más firmemente en ese sentido. Abandoné ese
compromiso queriendo dedicar mi vida a un servicio, pero ya no me parecía la forma negativa de la
negociación. Lo que más me excita es ayudar a los sanadores a encontrar su forma única de curación. Creo
que una fase muy importante consiste en ver quién soy y asumir un mayor nivel de responsabilidad sobre mí
misma.
La séptima fase de la curación: Creación de una nueva vida
Todas las áreas de su vida se verán afectadas en cuanto usted avance hacia la curación. Muchas áreas de
cambios y oportunidades que ha anhelado, y que estaban bloqueadas o parecían inalcanzables, se abrirán a
usted. Vivirá más honestamente consigo mismo y encontrará nuevas áreas de autoaceptación que fue
incapaz de mantener en usted anteriormente. Descubrirá en su interior más humildad, fe, verdad y amor
propio. Esos cambios internos conllevarán automáticamente cambios externos. Éstos saldrán de su fuerza
creativa y se extenderán holográficamente por su vida. Atraerá a nuevos amigos. Cambiará de profesión, o
cambiará la actitud con que afrontaba su trabajo. Incluso podría desplazarse a un nuevo domicilio. Todos
estos cambios son muy comunes después de completarse una curación. La vida de Bette ha cambiado
espectacularmente. En el momento de escribir estas líneas, ya han pasado dos años desde su operación. En el
primer año, dedicó la mayor parte del tiempo curándose y reorientándose hacia su nueva actitud respecto a la
vida. Buena parte de su miedo se ha extinguido. Durante el proceso curativo, Bette había relacionado el miedo
irracional a que le cortaran la cabeza con una vida anterior en Francia, donde había sido guillotinada. Claro que
esto no puede demostrarse, pero el hecho de abrirse a esa posibilidad y aceptar los sentimientos resultantes
disolvió su miedo en buena medida. Durante el año de adaptación interna, la vida personal de Bette empezó a
llenarse. Su relación con su marido se estrechó. Su vida sexual se tornó más activa. A una edad tan madura
como los sesenta y siete años, afirma que su vida sexual es más satisfactoria que nunca. Su marido está
encantado.
Unos dos años después de la operación, en 1990, Bette inició su actividad curativa. Al principio tenía pocos
clientes, pero el número ascendió lentamente. Tras su intervención, cité a Bette para la reanudación de la
entrevista anterior. Le pregunté sobre los cambios en su vida que se habían producido a raíz de la operación, y
cómo le iba en su práctica curativa.
Ella me dijo:
Tuve que superar ese miedo atroz a morir. Todo tenía relación a esa vida anterior en la que me cortaron la
cabeza en la guillotina. Ahora he superado ese terror. He reunido más fuerza, y puedo soportarlo mucho mejor.
Cuando estaba preparada para ayudar a los demás, empezaron a pedirme ayuda. Ahora salen de debajo de
las piedras. Tan pronto como ayudo a una persona, aparecen uno o dos amigos suyos pidiéndome ayuda.
Mi actividad artística ha pasado a un segundo plano; ya no tengo tiempo para eso. Pero ha cambiado de
carácter. Mis cuadros se han vuelto mucho más espirituales. Todo posee una dimensión nueva. Es como si, al
aliviarme el cuello, me hubieran quitado otra capa del… -¿cómo lo llama usted?-, del velo que envuelve mi
núcleo. Estoy en una dimensión totalmente distinta. Mi vida ha cambiado, todo está empezando a encajar. Creo
que lo más fascinante es que estoy empezando a saber por qué estoy aquí: curarme a mí misma y a los
demás, ayudar a otras personas a ponerse bien. Antes creía que había muchos límites, y ahora me parece que
los límites han desaparecido. No hay fronteras. Considero que me corresponde ayudar a los demás a darse
cuenta de que no tienen limitaciones.
También la vida de Karen ha cambiado, pero de un modo distinto. Ella y su marido decidieron poner fin a su
ejercicio terapéutico en el distrito de Washington, D.C. y trasladarse a una zona montañosa de Colorado.
Destinaron mucho tiempo a despedirse de sus amigos, con quienes habían compartido quince años, vendieron
la casa y se marcharon. Pasaron los meses de invierno en Colorado meditando, leyendo y siendo de un modo
que no habían podido disfrutar en su atareada vida en el Este. Al cabo de un año de ensueño personal interno,
Karen ha reanudado su actividad como terapeuta en Colorado.